Con sus espaldas curtidas tras años encorvados bajo elsol, varios campesinos de Long Xuyen se preguntan qué podrá enseñarles un"tay" (occidental) sobre el arroz.
Ahora llega este cubano a interrumpirles la siesta, pausa sacrosanta que elcuerpo exige al mediodía para soportar la vaporosa molicie que emana de loscanales fangosos que surcan el Delta del Mekong.
Aletargados aún, estos hombres de edad indefinible escuchan más por cortesíaque por interés, y sonríen con socarrón escepticismo, pues les prometen algoque parece imposible: acabar con las ratas que afectan sus cultivos.
Y les parece imposible porque durante generaciones lo han intentado casi todopara acabar con una plaga que actualmente los priva de casi 500 dólares porhectárea, una pérdida inaceptable en estos tiempos en que todo sube, menos elingreso.
Lo que ninguno sospecha es que este señor cuidadosamente peinado, de cejasalzadas y cara de cualquier cosa menos de haber sufrido el rigor agrícola,quizás sea el flautista de este Hamelin vietnamita.
Con la diferencia de que Reynaldo Espino sí sabe de rigores: los ha sufridollevando el producto cubano Biorat a rincones tan "cómodos" como laestepa mongola, la selva beniana o el horno tropical de Guinea.
Este experto en leptospirosis y otras enfermedades provocadas por las ratas esconsiderado uno de los padres del Biorat, rodenticida biológico de elevadaefectividad y nula amenaza para la vida humana.
Deudor confeso de sus profesores rusos, Espino encabezó el equipo quedesarrolló este producto, atacado por trasnacionales farmacéuticas que han sidoincapaces de refutar sus exitosos resultados desde 1985.
Agencias internacionales y gobiernos de varios países reconocen su eficaciapara controlar de urgencia epidemias de peste bubónica, hantavirus, tifusmurino, fiebre hemorrágica y leptospirosis.
Además, el Biorat ha sido validado por el Instituto de Medicina Tropical PedroKourí, centro de referencia de la Organización Mundial de la Salud, y tienehasta pedidos superiores a las mil toneladas.
Por ejemplo, Angola encargó mil 200 toneladas, y ya en la tercera y últimaetapa del contrato se reporta 95 por ciento de efectividad del productoestrella de Biovietnam, planta del grupo empresarial Labiofam.
El Biorat es altamente efectivo para proteger cosechas, amén de serbiodegradable y mucho más barato que otros productos químicos que aún seemplean pese a estar prohibidos internacionalmente.
Es precisamente en este aspecto donde los campesinos vietnamitas necesitanayuda, pues el Instituto Nacional de Investigaciones del Arroz calcula que lasratas se comen el 17 por ciento de las cosechas.
Según el precio actual del mercado mundial, tal pérdida significa 500 posiblesdólares por hectárea que el productor deja de ganar, y que podría ingresar conuna inversión cercana a los 15 dólares.
Para impedir el destructor avance de las ratas, los campesinos lo mismo rodeansus arrozales con redes, que los inundan de estacas con bolsas de nylon, osumergen en el agua un cable con electricidad.
Pero de cierta manera las ratas logran evadir las trampas e incluso seacostumbraron al incómodo rumor nocturno del nylon, en tanto la electricidadlas mata, pero también a cualquier animal o persona que sin querer pise elcampo.
Sin embargo, las ratas son tan inteligentes como golosas, y el Biorat lesresulta en especial irresistible, sin saber que al comerlo se tragan la únicasalmonela inocua a los humanos y los demás animales.
Al sentirse enfermas retornan a la cueva y contagian a la colonia, y en apenascuatro días, el más escéptico de los campesinos descubre los cadáveres, unargumento tan o más convincente que el económico, si acaso eso fuera posibleaquí...