Lo que se sabe en Cuba, según publicó el 7 de septiembre último el periódico Juventud Rebelde, es que en la más reciente cumbre Asean-China las partes emitieron un documento donde recalcaron la importancia de mantener la paz, la estabilidad, la seguridad y la libertad de navegación en el llamado «Mar Meridional de China».
Sin embargo, una parte de Occidente (sobre todo en la América Latina) desconoce que detrás de esta declaración tan «amigable» se esconde uno de los conflictos más peligrosos que enfrenta el siglo XXI: el intento de China de cambiar la orientación apaisada de su mapa nacional por una mucho más vertical, como afirmó un despacho de la Agencia Vietnamita de Noticias, engrosada con territorios que intenta arrebatar a seis estados del sureste asiático.
El control del Mar del Este no solo añadiría unos dos millones y medio de kilómetros cuadrados a las aguas territoriales de China, sino que le permitiría construir bases militares, como ya está haciendo, a menos de cien kilómetros de las costas de varios países vecinos.
El Mar del Este es un área clave en la región, no solo porque por ahí circula buena parte del comercio marítimo mundial sino que en sus aguas se ocultan importantes reservas de gas y petróleo que podrían sacar a Beijing de su perenne sequía energética.
El origen de la “lengua de vaca”
China basa sus reclamaciones en el hecho de que el Mar del Este formaba parte del territorio gobernado por la dinastía Ming, argumento que remite a una de las excepciones del artículo 15 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS) de 1982 sobre la forma en que se delimitan las aguas jurisdiccionales de dos estados con costas adyacentes u opuestas.
El primero en reclamar el control sobre el Mar Meridional fue el gobierno nacionalista del general Chiang Kai-shek, autor de una famosa línea de once puntos o “lengua de vaca”, que amenazaba con convertir el Mar del Este en feudo de un moderno Imperio Chino.
Con su victoria en 1949, el Partido Comunista chino modificó en parte las aspiraciones del Generalísimo: en primer lugar, lo expulsó a la isla de Taiwán, de donde por cierto también intentó desalojarlo; y rebajó el tamaño de la lengua de vaca en ¡dos puntos!
Sin embargo, de aplicarse el famoso artículo 15 al extremo que reclama Beijing sentaría un precedente alarmante a nivel internacional que, si vamos a hablar de historia, permitiría a Italia reclamar la soberanía del Mar Mediterráneo y a Taiwán establecer un mandato territorial sobre Mongolia y la propia China.
La opinión de los chinos es que cuando ellos “retomaron” el control del Mar del Este, ninguno de los países que ahora les plantan cara había alcanzado la independencia; o sea que, teóricamente, no existían o no estaban en condiciones, como Vietnam, de reclamar derechos.
El nuevo oeste americano
Al poner en práctica esta nueva forma del “oportunismo histórico”, China ha elevado poco a poco las tensiones en el área: en enero de 2012 prohibió la pesca en el Mar del Este y, en marzo, detuvo a 21 pescadores vietnamitas por adentrarse en las que ellos reclaman como aguas jurisdiccionales.
El conflicto alcanzó su punto máximo y el Mar del Este se convirtió en un teatro de aventuras donde se ha visto de todo: persecuciones a barcos vietnamitas, amenazas de la armada china a un buque de guerra filipino, y la intervención de los previsibles destructores estadounidenses para “asegurar la paz en la zona”.
Por el momento, China ha conseguido que el mundo conociera el área en disputa por el nombre que ellos mismos han elegido, Mar de China Meridional, en vez de utilizar uno más neutral y con el que están de acuerdo el resto de los países que intervienen en la disputa: Mar del Este.
Además, ha logrado establecer colonias en algunas de las más 200 islas en litigio, instalar una plataforma petrolera en la zona económica exclusiva de Vietnam (y luego fue obligado a retirarla ante enérgicas críticas públicas) y hasta asentar una batería de misiles tierra-aire en la isla vietnamita de Phu Lam (Woody, o llamada Yongxing por China).
Se habla de que Beijing planea la construcción de complejos industriales en la zona, llevando la posible contaminación a unos dos mil kilómetros de su territorio continental; y de algunos islotes artificiales que seguirá poblando con ciudadanos chinos.
Los otros litigantes no se han quedado cruzados de brazos: en marzo de 2013, Filipinas presentó una demanda de cuatro mil páginas ante la Corte Permanente de Arbitraje (PCA, inglés) en La Haya, Holanda, alegando que es ilegal la construcción de islotes artificiales en el archipiélago Spratly (llamado Truong Sa por Vietnam) y que la acción china en la zona ha causado daños irreparables al ecosistema marino.
En julio de este año, el tribunal de La Haya dictaminó con lugar las reclamaciones de Filipinas, estableciendo legalmente que Beijing no tiene derechos históricos en muchas de las áreas que ha ocupado en el Mar del Este y que, en vez de suavizar las tensiones en el área, las está incrementando sostenidamente.
Una amenaza a la paz mundial
Dejando a un lado la vía militar, de mayor protagonismo hasta ahora, existen dos opciones diplomáticas para resolver el conflicto del Mar del Este: la negociación multilateral, promovida por Vietnam, Filipinas y Estados Unidos; y la negociación con cada parte por separado, que Beijing defiende a capa y espada.
En la vía bilateral existe la posibilidad de que China utilice el chantaje económico y político contra cada litigante por separado; mientras que una reunión multilateral, señalan los chinos, solo serviría para crear más tensiones y que los Estados Unidos tengan el pretexto que necesitan para intervenir directamente en la zona.
Beijing señala una tercera opción diplomática, en la cual solo los chinos parecen creer: que se acepte su soberanía sobre la parte en disputa y ellos, en cambio, prometen echar a un lado los litigios y compartir los beneficios del Mar del Este.
Los países pequeños que China ha puesto contra la pared tienen como única opción apelar a los tribunales de la ONU y al acatamiento de la UNCLOS de 1982, pero sigue vigente el temor de que ningún organismo internacional posee la fuerza suficiente para hacer cumplir una disposición contra Beijing en un área geográfica donde su influencia es casi indiscutible.
De las grandes potencias mundiales, solo Estados Unidos pudiera intervenir en el conflicto, debido a que siente el aliento de China tocándole la nuca como próxima superpotencia y porque el dominio chino en el Mar del Este podría influir peligrosamente sobre el comercio por el Océano Pacífico.
Sin embargo, está claro que Washington, bravuconadas aparte, no tiene intenciones de pelearse con los chinos y a lo más que pudieran llegar es a un acuerdo tras bambalinas que retrase, quizás, la instalación del escudo antimisiles en Sudcorea.
Pero si Beijing prosigue en su obsesión de acosar a sus vecinos, no es un secreto que estos defenderán su territorio y su seguridad a cualquier costo, lo cual generaría un conflicto a gran escala que podría superar lo que hemos visto en Ucrania, el Oriente Medio o el norte de África, dada la posible inclusión de naciones como Japón, las dos Coreas, posiblemente Estados Unidos y hasta la mismísima Rusia.
La otra consecuencia desagradable de este asunto, quizá la más importante a largo plazo, es que si hoy se pasa por alto la intentona china de engrosar su mapa a costa de países más pequeños, la comunidad internacional retrocederá varios pasos en el establecimiento de un marco legal único donde prime la justicia y no la extensión geográfica, el poder de las armas o el tamaño del Producto Interno Bruto de los litigantes. - VNA
Por Luong Mai Phuong y Yandrey Lay